dimecres, 2 d’octubre del 2013

Futbolatría - J. I. González Faus

Hará unos 45 años, el Barça fichó a Marcial por unos  20 millones de pesetas (16 para el Español más lo que percibió el jugador). Comentando el traspaso se preguntaba El correo catalán (04.09.69): “¿los vale realmente un jugador de fútbol?”. Es una de esas preguntas que incluye la respuesta: realmente no los vale.

La operación Neymar (40 millones para el Santos, 20 para el jugador, más dos partidos a beneficio) se acerca a los 100 millones de euros (la de Cristiano fueron 94); y la ultimísima de Bale ya casi toca esa cifra monstruosa: casi 16000 millones de las antiguas pesetas.  Ochocientas veces más que la de Marcial. En menos de 50 años…



Algo se ha desmadrado en el fútbol que nos obliga a hablar de idolatría. Lutero, como pocos, describió con fuerza cómo, cuando el ser humano deja de adorar al Dios verdadero, acaba postrándose ante pequeños dioses ridículos y tiranos. Esa fuerza idólatra que llevamos dentro se desborda increíblemente cuando se trata de idolatrías no personales, sino grupales, como la del becerro de oro bíblico. Y como la idolatría idiotiza, luego nos conmovemos y hasta nos brota una lagrimita, ante la declaración neymarina de amor al Barça. Sospechoso amor ese que rinde 20 millones. Ya don Hilarión, en La verbena de la paloma, se preguntaba acerca de su morena y su rubia “si me querrán, por mi dinero nada más”. Pero en seguida alejaba esa sospecha cruel y se decía “que las dos se deshacen por verme contento”…

Que el fútbol se ha prostituido parece innegable. Que nosotros nos hemos idiotizado, es también verdad pero, como a don Hilarión, nos falta valor para reconocerlo. El fútbol puede ser bello y emocionante, sin duda. Pero no debería tener consecuencias como las dos que voy a enumerar.

Hace menos de un año, en Montevideo, visitando una de esas “villas miseria” (allí las llaman asentamientos), me explicaban lo siguiente: antaño había familias que se empeñaban hasta las orejas y si era preciso se prostituía algún miembro de la familia para poder pagar al hijo mayor unos estudios que acabaran sacándolos de la miseria. Ahora ocurre exactamente lo mismo: pero no para pagar unos estudios, sino para comprar al chico que despunta el mejor equipamiento de fútbol y tratar de meterlo en un equipo… para ver si acaba fichándolo algún club europeo. Alguno de los uruguayos famosos que juegan en Europa proviene de esos esfuerzos. Luego a lo mejor nos extrañamos de que muerdan, como ocurrió no hace mucho en un lugar de Europa de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero ¿qué se le puede exigir al pobre muchacho si es ésa la historia que ha tenido?

El otro ejemplo es más bien pregunta: ¿qué habría ocurrido con las crueldades y canalladas que nos ha traído la crisis, si no hubiésemos tenido la adormidera balompédica? Parodiando el lenguaje del viejo Marx sobre la religión, el fútbol se nos ha convertido en “la ilusión de un mundo sin ilusiones, la esperanza de un mundo sin esperanza, el opio del pueblo”.

Y ante eso no se me ocurre más que terminar con otro sueño a lo Luther King: “I had a dream…”.

Soñé que en todas las ligas europeas estaba prohibido fichar jugadores extranjeros o de otros estados o nacionalidades: en el Barça todos eran catalanes, en el Bilbao todos vascos como antaño y en el Madrid todos madrileños. De ese modo ganaba cada vez uno distinto, según temporadas y no había que sufrir con ese suplicio de Tántalo que exige no sólo ganar sino ganar más veces, batir records de victorias. El público se sentía de veras querido por sus jugadores, los quería y podía gritar como el Betis de antaño: “vivan manque pierdan”. Y curiosamente eran así más felices. Los viajes para jugar se hacían siempre en tren, aprovechando que España había mejorado mucho su red ferroviaria. Y si no, en autobús. Los jugadores se hospedaban como máximo en hoteles de tres estrellas y, lógicamente, los precios de las entradas eran mucho más baratos y ya no se daba esa obscenidad de que los precios de una entrada de fútbol en la empobrecida España sean casi el doble que en la rica Alemania. Más aún, ya que las iglesias no parecen haber hecho mucho caso a la advertencia de Juan Pablo II, los clubes habían decidido dar ellos ese ejemplo y enajenar todas las copas y trofeos que poseían en propiedad para entregar ese dinero a Cáritas, a Manos Unidas o la Cruz roja. En adelante ya no se daría más que un diploma a cada vencedor de una liga, o copa española o europea. Finalmente, hasta esos futbolistas buena gente como Iker Casillas, que tienen hecha una fundación para enseñar a jugar al fútbol a niños africanos, la transformaban en una fundación para pagarles escuela y educación.

La verdad es que estaba soñando felicísimo. Pero de repente me despertó el grito desgarrador de una radio vecina que aullaba: Goooooooooool, gol, gol, gol, gol, gol, gol… Y no pude menos que gritar: “¡mierda!” Y darme la vuelta.

Pero ya no conseguí volver a dormirme.

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