dimecres, 21 de novembre del 2012

Hacia un paradigma Pos-religional Propuesta teológica - Comisión Teológica Internacional de la EATWOT (Associació Ecumènica de Teòlegs del Tercer Món)

"Todo parece indicar que el Titanic de las religiones agrarias no va a llegar a flotar en las latitudes del océano de la sociedad del conocimiento. Todo parece indicar que no va a durar tanto, y se va a hundir. Se pasó su kairós, aunque le queda un poco de cronos. Pero no es el fin del mundo. Es sólo el fin de un mundo, el fin del mundo agrario-neolítico y de su epistemología, y con ello el fin de las configuraciones religionales de la espiritualidad, las que hemos llamado «religiones agrario neolíticas». La vida y su dimensión profunda continúan. Y es deber nuestro comprender lo que está sucediendo, para no encontrarnos luchando contra la Realidad, sino para ayudar a este nuevo parto evolutivo de nuestra especie, para volver a reinventarnos como hicimos al comienzo del neolítico."

Cada vez se está hablando más del declive del cristianismo en Occidente. El catolicismo y el protestantismo por igual, atraviesan una grave crisis, tanto en Europa como en América del Norte. Son cada vez más los observadores que pronostican que a continuación la crisis va a afectar también a otras religiones. Se sospecha que la crisis no parece deberse a un problema propio del cristianismo, sino a la naturaleza misma de «las religiones», y la incapacidad creciente que éstas experimentan para acomodarse al profundo cambio cultural que está en curso. La hipótesis del advenimiento de un «paradigma posreligional» quiere plantear la posibilidad de que estemos ante una transformación socio-cultural de hondo calado, en la que las «religiones neolíticas» van a dejar de ser viables cuando se implante a fondo la adveniente de «sociedad del conocimiento»1 , que será una sociedad  «pos-religional»2 , y que las religiones que no se liberende sus condicionamientos «religionales» ancestrales se verán abocadas a los márgenes residuales del curso de la historia.
1
 Tratamos de no hacer énfasis en una caracterización concreta de la nueva cultura o
sociedad emergente para no introducir un debate lateral. Nuestra preferencia sería
denominarla «sociedad del conocimiento», no en el sentido de sociedad muy culta,
sino en el sentido de que el conocimiento probablemente será su «eje de producción
y acumulación», es decir, sociedades que viven de producir conocimiento. Sea cual
sea esa caracterización, lo importante para nuestro objetivo es atender a la estructura
epistemológica de esa sociedad.
2
 Utilizamos los neologismos «religional» y «pos-religional» como conceptos técnicos a ser
distinguidos cuidadosamente de «religioso» y «pos-religioso», como luego explicaremos.


Es obvio que este paradigma-hipótesis estaría conviviendo con fenómenos bien contrarios de conservadurismo religioso,  revivals espirituales, carismatismo y neopentecostalismo. Sólo en algunos sectores geográficos puede estarse dando mayoritariamente, pero algunos observadores afirman que crecen los síntomas de que en las capas urbanas, cultas, tanto de jóvenes como de adultos, con acceso a cultura y tecnología... estaría empezando a hacerse presente este paradigma, también en América Latina (¿también en África y Asia?). Prescindiendo de sondeos cuantificadores de campo, nos queremos concentrar en la elaboración teórica de una primera presentación reflexiva e indagatoria de lo que aquí queremos llamar «paradigma pos-religional», que proponemos a debate y contraste de la comunidad de estudiosos de la teología y de las ciencias de la religión, así como de los «pastores» y de todas las personas preocupadas por la evolución actual de lo religioso.

POSIBLE FUNDAMENTO DE LA HIPÓTESIS

Una ampliación del conocimiento humano y un callado enfrentamiento de la ciencia actual con la religión parecerían ser causas intelectuales de este nuevo paradigma, entre otras. El desarrollo de las ciencias está llevando a la humanidad a observarse a sí misma y a hacerse de su religiosidad una idea en gran medida diferente de la que hasta ahora tenía de ella, lo cual repercute en una actitud nueva frente a la religión.

A estas alturas de la historia, la antropología cultural se cree ya en capacidad de poder hacer sobre la religión un juicio diferente al que ésta ha venido haciendo de sí misma, a la auto-definición con la que durante milenios la religión se ha presentado y con la que ha fraguado la opinión mayoritaria de las sociedades tradicionales, hasta hoy. Aunque
quede mucho por investigar, y aunque otras ciencias también pueden aportar mucho, la antropología cultural –interdisciplinariamente considerada– cree saber ya cuándo y cómo se fraguaron las religiones, con qué mecanismos sociales y epistemológicos operan, y cuáles son las dimensiones humanas profundas en juego en su relación con el ser humano,
individual y colectivo. La novedad de estos juicios es radical, y parece generalizarse y difundirse en las sociedades evolucionadas tan rápida como subliminalmente, generando un cambio profundo de actitud hacia la religión, que estamos interpretando precisamente como la llegada de un nuevo «paradigma pos-religional».

Éstos serían –muy en síntesis– los puntos nucleares de esta nueva visión que la antropología cultural está presentando hoy día sobre la religión:

Las religiones no son «de siempre», no existen desde que el ser humano está sobre la faz de la Tierra. Hoy sabemos que las religiones son jóvenes, casi «recientes». La más antigua, el hinduismo, sólo tendría unos 4500 años. El judeocristianismo, 3200. En términos evolutivos, aun limitándonos a los tiempos del género  homo (entre 5 y 7 millones de
años), o más todavía de la especie homo sapiens (150 mil o 200 mil), las religiones son «de ayer mismo». Hemos pasado muchísimo más tiempo sin religiones que con ellas, aunque espirituales parece que lo hemos sido desde el primer momento: homo sapiens y homo spiritualis parecen ser coetáneos. Las religiones no son por tanto algo que acompaña necesariamente al ser humano, como muestra la historia3
.
• Las religiones se han formado en la época neolítica, tras la gran transformación que vivió nuestra especie al pasar de ser tribus nómadas de cazadores y recolectores, a vivir sedentariamente en sociedades urbanas ligadas al cultivo de la tierra, a raíz de la «revolución agraria»4. En esa coyuntura evolutiva (tal vez el momento más difícil de su historia evolucionaria) la humanidad ha tenido que reinventarse a sí misma creando unos códigos que le permitieran vivir en sociedad, no ya en bandas o manadas, con derecho, moral, cohesión social, sentido de pertenencia... para ser viable y sobrevivir como especie. En esa coyuntura, nuestra especie ha echado mano de la que es quizá su fuerza mayor desde su

3
 Con recelo y resignación aceptamos la palabra «espiritualidad», tratando de no transigir
con su innegable connotación etimológica dualista. Es una palabra consagrada por el
uso, y es sabido que no la aceptamos como referida a un «espíritu» contrapuesto a
una supuesta materia no espiritual... Postulamos una conceptuación más adecuada de
lo que por espiritualidad se quiso significar: aquella dimensión de profundidad (Tillich),
aquella necesidad de enmarcar nuestras vidas en contextos más amplios (Armstrong),
la calidad humana profunda (Corbí), las motivaciones últimas, la mística por la que vive
y lucha y con la cual contagia a los demás (Casaldáliga-Vigil)... Para subsanar su limitación, tratamos de reconducir la palabra acompañándola con expresiones paralelas.
4
 Hablamos de sociedad o época «agraria» no en el sentido de sociedad rural o de sociedad
agrícola, dedicada al sector primario de la economía, la agricultura, sino refiriéndonos,
desde una perspectiva antropológico-cultural, a la sociedad humana posterior a la
«revolución agraria neolítica», como catalogación global de una época que llegaría
hasta su disolución actual.
La llamamos «agraria» en sentido amplio, incluyendo las sociedades ganaderas, que comparten unas estructuras epistemológicas propias de todo ese tiempo neolítico posterior
a la revolución sociocultural que se inició con el descubrimiento de la agricultura. Las
revoluciones científica (siglo XVI) e industrial (XVIII y siguientes) pueden ser consideradas como el comienzo del fin del neolítico o «edad agraria» profunda, quiebre que
actualmente estaría en su fase de culminación.
Estas categorías y las afirmaciones necesitan mucha matización; adoptamos pedagógicamente este lenguaje simplificado para facilitar una «presentación» sencilla de este
paradigma.

Estas precisiones de vocabulario pueden explicar por qué se hace necesario acudir a este
artesanal neologismo –perfectamente dentro de las reglas etimológicas de la lengua-,
para evitar el equívoco, tanto de equipararlo con lo «religioso» en el sentido normal del
diccionario, como de confundirlo indebidamente con lo «anti-religioso» o lo ateo.  De
todas formas: ¿es el adjetivo «religional» el más adecuado para calificar este paradigma? Creemos que es correcto, que es adecuado, y que es útil (por plástico y efectista),
pero creemos que no es absoluto, y que puede ser mejorado, porque quizá no proviene
de lo esencial del fenómeno al que se refiere ni tal vez evoca lo que pudiera ser su
base material o su especificidad epistemológica. Por eso, nosotros lo proponemos con
humildad como provisional y mejorable. 


aparición como especie emergente: su capacidad simbólica y religiosa, su necesidad de sentido y de experiencia de trascendencia. Quizá podría haber sido de otra manera, pero ha sido de hecho así.

• Desde el neolítico hasta nuestros días, las sociedades han sido religiosas,  «religiocéntricas», transidas de religión en todas sus estructuras: su conocimiento (y su ignorancia), sus creencias, su cultura, su sentido de identidad, su cohesión social y el sentido de pertenencia de sus miembros, su derecho, su política, su legitimidad, su estructura social,
su cosmovisión, su arte... «La cultura ha sido la forma de la religión, y la religión ha sido el alma de la cultura» (Tillich). El impulso religioso, la fuerza de la religión, ha sido el motor del «sistema operativo» de las sociedades. Si exceptuamos los dos últimos siglos, desde la revolución agraria no hemos conocido sociedades ni grandes movimientos sociales
ni siquiera revoluciones no religiosas; es claro que sus motivaciones eran también y fundamentalmente económicas y políticas, pero era a través de lo religioso como eran gestionados esos impulsos sociales. La religión misma –con un prestigio cuasidivino, su autoridad incuestionable, sus creencias, mitos, dogmas, leyes, moral... e incluso sus instancias inquisitoriales- fungía como software programador de cada sociedad. Eso ha sido
así durante todo el tiempo neolítico –o «agrario» en el sentido amplio que estamos utilizando-, que ahora la antropología cultural sostiene que se está acabando.

• ¿Con qué mecanismos internos las religiones han ejercido esta su capacidad programadora de la sociedad? Por medio de:

• la creación e imposición de su cosmovisión sobre la sociedad: ella es quien ha dicho a la humanidad, en cada sociedad, qué es la realidad, cuál es su origen, su sentido y sus exigencias morales;

• las creencias fundamentales vehiculadas por los mitos sagrados, que han fungido como los presupuestos, axiomas, postulados, presupuestos profundos de cada sociedad, como la arquitectura epistemológica misma de la sociedad humana;

• una «epistemología mítica», que ha atribuido a Dios sus propias elaboraciones, para presentarlas como revelación o voluntad de Dios, y así absolutizarlas para dar seguridad a la sociedad humana;

• una exigencia radical de sumisión [islam significa sumisión], de
fe [una exigencia primera en el cristianismo], de «creer lo que no se ve»
(o lo que ni siquiera se entiende);

• ejerciendo con todos estos mecanismos como sistema operativo de la sociedad (lo que se evidencia en los sistemas sociales de los imperios con su religión de Estado, la «sociedad de cristiandad» o los «regímenes teocráticos» en otras religiones, por ejemplo).

A partir de estas premisas podríamos dotarnos ahora de una nueva definición técnica ad hoc de las «religiones» en el sentido que aquí queremos dar al término: llamamos técnicamente «religión» a la configuración socio-institucionalizada que la religiosidad (espiritualidad) constitutiva del ser humano adoptó en la edad agraria, configuración que ha fungido como sistema fundamental de programación y de autocontrol de las sociedades agrarias neolíticas. En esta exposición entendemos «religión» en este estricto sentido técnico, y no en cualquiera de las otras acepciones de la palabra (religiosidad, dimensión religiosa, espiritualidad, institución religiosa...); no tener en cuenta esta precisión de vocabulario nos llevaría
inevitablemente a la confusión. Derivadamente, llamaremos técnicamente «religional» a lo relativo a esta «configuración socio-religiosa propia del tiempo agrario o neolítico».

En este sentido, es de notar que el paradigma que queremos presentar es calificado como «pos-religional», no como «pos-religioso», porque continuará siendo «religioso» en el sentido normal del diccionario, en cuanto «relacionado con la dimensión espiritual del ser humano y de la sociedad», aunque cambien las culturas y las épocas; lo llamamos posreligional porque ciertamente se instalará en la superación de la citada configuración de lo religioso (aquellos modos de funcionar a los que luego nos vamos a referir propios de las religiones que genéricamente llamamos «agrarias» -incluyendo ahí las ganaderas y otras formas más
especializadas-).

El prefijo «pos» no lo tomamos en el sentido literalmente temporal (como un «después de») sino en un sentido genéricamente superador: «más allá de». Por ello, igualmente sería válido decir «a-religional», sin posible confusión en la dimensión temporal. «Pos-religional» no significa «pos-religioso» ni «post-espiritual», sino, estrictamente, «más allá de lo «religional», es decir, más allá de «lo que han sido las religiones agrarias», o una «religiosidad sin religiones (agrarias)», una espiritualidad sin la “configuración socio-institucionalizada propia de la edad neolítica” (sin programación social, sin sumisión, sin dogmas...). Obviamente, nos apoyaremos  en otras mediaciones, gestos, símbolos, instituciones o «sistematizaciones»
de otro tipo, porque la experiencia espiritual humana no puede darse en  el vacío...; pero no es éste el momento dirimir este punto.

ELEMENTOS PRINCIPALES DEL PARADIGMA POS-RELIGIONAL

Tratemos de establecer ya los elementos principales de la nueva  conciencia «pos-religional» propia de ese fenómeno complejo de la  cultura social emergente, consecuencia principal de la ampliación del  conocimiento humano. 

1. Las Religiones  son otra cosa que lo que tradicionalmente  pensábamos, que lo que todavía piensa mucha gente, que lo que ellas  piensan de sí mismas y han difundido en la sociedad durante milenios. Las religiones no están respaldadas por una especie de preexistencia que
haría de ellas un cuerpo supremo primordial de sabiduría, unas formas de sabiduría divina reveladas por Dios mismo, lo que las convertiría en el único medio de acceso a esa revelación y a la relación con el Misterio. Las religiones -siempre, no se olvide, en el sentido específico que estamos dando al término- son, más bien, un fenómeno histórico, una forma
sociocultural concreta que la dimensión profunda de siempre del ser humano ha revestido en una determinada era histórica. No son «la religiosidad misma». No son equiparables sin más a la espiritualidad humana de todos los tiempos.


Las religiones son formas, históricas, contingentes, y cambiantes, mientras que la espiritualidad es una dimensión constitutiva humana, permanente, anterior a las formas, y esencial al ser humano... La espiritualidad puede ser vivida en, o fuera de las religiones. Podríamos prescindir de las religiones, pero no podremos prescindir de la dimensión de
transcendencia del ser humano...


2. Las religiones son también  construcciones humanas... Como hemos dicho, la ciencia y la sociedad ya saben mucho sobre su origen, su formación, sus mecanismos. Ello cambia radicalmente nuestra percepción sobre ellas: las religiones son obra nuestra, creaciones humanas, geniales, pero humanas –a veces, demasiado humanas-, y que deben estar a nuestro servicio, no al revés.


Las religiones -sus creencias, sus mitos, su moral...- no son obra directa de un Dios  out there,  up there, que nos envió ese don de las religiones, sino que son algo que ha surgido de aquí abajo, algo muy terrestre, que nos lo hemos hecho nosotros los humanos, impulsados

ciertamente por la fuerza del misterio divino que nos invade, pero según nuestras posibilidades y con nuestros condicionamientos muy concretos.

Las religiones se absolutizaron a sí mismas al atribuir su propio origen a Dios. Fue un mecanismo que sirvió para fijar y dar consistencia inamovible a las construcciones humanas que ellas eran, en el afán de asegurar las fórmulas sociales de convivencia con las que la humanidad había logrado dotarse. Hoy estamos perdiendo la ingenuidad, y ese carácter absoluto de las religiones, que durante milenios fue un componente esencial de las sociedades humanas, que nos hizo más fácil y más pasiva la vida de los humanos, se nos evidencia como un llamativo espejismo epistemológico, que habíamos asumido por vía de una creencia, pero que hoy ya no nos resulta ni necesario, ni deseable, ni soportable.

3. Entonces, no estamos sometidos a las religiones, no estamos condenados a marchar por la historia por el camino acabadamente trazado por ellas, como si fuera un designio divino que marcara previamente –desde siempre, y desde fuera- nuestro destino, como si nos obligara a adoptar las soluciones con que nuestros ancestros trataron de resolver sus problemas y de interpretar la realidad a la medida de sus posibilidades... Si las religiones son construcción nuestra, ello significa que no nos quitan el derecho (ni la obligación) de pronunciarnos ante la historia y de aportar nuestra propia respuesta a los problemas de la existencia, y de expresar con autoconfianza nuestra propia interpretación de la realidad
de lo que somos, ayudados por nuestros descubrimientos científicos. No estamos obligados a tomar como verdad intocable e infranqueable las interpretaciones obsoletas y las soluciones ancestrales que se dieron a sí mismas generaciones humanas de hace unos cuantos miles de años, como si aquellas interpretaciones fueran una supuesta «revelación» venida de fuera y de obligado cumplimiento. Ese equívoco «religional» en el que han vivido nuestros antepasados, nos parece, a estas alturas de la historia, una alienación.

Da miedo sentirnos solos, responsables ante la historia, libres ante los caminos religiosos tradicionales, sin un camino seguro e indiscutiblemente obligatorio trazado por los dioses... Esta nueva visión del mundo, este «paradigma pos-religional», genera una autoconciencia humana profundamente diferente respecto a la que nos había marcado la conciencia
religional tradicional. Ahora nos sentimos libres de las ataduras «religionales» para dar rienda suelta a nuestra realización personal y colectiva, para asumir plenamente nuestra responsabilidad, nuestras decisiones, nuestra interpretación al propio riesgo, sin ninguna restricción ni coacción supuestamente externa, aunque bien preocupada por sintonizar con
el Misterio que nos mueve.

4. Las religiones, supuestamente las únicas conocedoras del principio de los tiempos y del final del mundo, no son, por naturaleza, eternas, para siempre. Ahora las sabemos más bien temporales, construidas humanamente, recientes, contingentes. Y sabemos que no es imposible que puedan desaparecer. No son esenciales a nuestra naturaleza, y nos
han acompañado una pequeña parte de nuestra historia evolucionaria.

Las religiones agrarias están ligadas a la época neolítica: podríamos decir que surgieron de hecho para hacer viable la especie humana al entrar en esa era nueva, la subsiguiente a la revolución agraria. Pero, es precisamente esa era la que los especialistas dicen que actualmente está llegando a su fin. ¿Qué futuro podemos pronosticar a las religiones en
una época de transición que anuncia el final de la era que las hizo surgir? Parece plausible la hipótesis de que las religiones («agrarias») pudieran desaparecer. No parece un imposible en sí mismo, ni tendría por qué ser un desastre histórico gravísimo: hemos vivido la mayor parte de nuestra historia «sin religiones» (todo el paleolítico), y está demostrado que ello no impidió nuestra cualidad humana profunda, nuestra espiritualidad.

5. A estas alturas ha quedado ya indirectamente evidenciada una distinción que se impone. Tradicionalmente las religiones detentaban el monopolio de lo espiritual. Una persona podría ser espiritual, solamente mediante las religiones. Eran consideradas la fuente misma de la espiritualidad, la conexión directa con el Misterio. Religiones y espiritualidad eran todo uno, la misma cosa.

Hoy, como acabamos de expresar, la conceptuación de las religiones está cambiando radicalmente en el paradigma posreligional emergente. Cada día a más personas se les hace evidente que las religiones no son la fuente de espiritualidad, sino sólo unas formas socio-culturales que la espiritualidad ha revestido históricamente; con frecuencia son un freno
y un obstáculo para la espiritualidad, que es una dimensión esencial y característica del ser humano, que le acompaña permanente desde su surgimiento como especie. Las palabras religión, religioso, religiones, que tradicionalmente venían cubriendo intercambiablemente todo el ámbito de lo relativo a la espiritualidad, hoy deberán pasar, escrupulosamente,
por la criba de la distinción entre lo religioso (lo que tiene que ver con esa dimensión misteriosa del ser humano) y lo religional (lo que pertenece simplemente al ámbito de esas configuraciones socio-culturales e institucionales que hemos llamado religiones agrícola-neolíticas).

EL PARADIGMA POS-RELIGIONAL EN SÍNTESIS

Una vez expuestos estos elementos principales de la visión constitutiva del paradigma posreligional, podríamos tratar de expresar su núcleo argumentador en apretada síntesis:

• Primera premisa: Las religiones (no «la religión, ni la espiritualidad, ni la religiosidad...), en el sentido técnico que hemos dado aquí al término, son una creación neolítica, de la edad agraria de la humanidad, tanto productos de ella como causas de la misma.

•  Segunda: La transformación socio-cultural que estamos atravesando en la actualidad implica, precisamente, el final de esa época agrario-neolítica. Lo que ahora está siendo superado y barrido ha estado en los fundamentos de la sociedad humana y en la forma de la conciencia humana de la especie durante los últimos 10.000 años (desde el comienzo de la edad; ésa es la profundidad del cambio actual). Emerge un tipo nuevo de sociedad, con unos fundamentos distintos –sobre todo epistemológicos- que resultan incompatibles con el “sistema operativo” milenario neolítico. Se impone, por ello, un cambio sistémico tanto a
nivel epistemológico como a nivel del tipo de conciencia espiritual de la humanidad. De ahí la radicalidad y la profundidad del cambio epocal que estamos viviendo, un nuevo «tiempo axial».

•  Consecuencia: las religiones (agrario-neolíticas), identificadas con el tipo de conciencia, cosmovisión y epistemología agrarios, están perdiendo base y entrando en un profundo declive a medida que -por la acumulación de conocimientos científicos, tecnológicos, sociales y experienciales- va emergiendo un tipo de conciencia, de cosmovisión y de epistemología nuevo, incompatible con el tradicional neolítico. Los humanos de la sociedad adveniente ya no pueden expresar su dimensión espiritual en aquella configuración concreta de las religiones «agrarias» (tanto agrícolas como ganaderas), y éstas no logran sintonizar y hacerse entender por la nueva sociedad. Las religiones agrario-neolíticas se ven abocadas por tanto a transformarse radicalmente, o a desaparecer. Por su parte, las personas, comunidades e instituciones de estas religiones, a medida que pasan a la nueva cultura, se van desprendiendo de los mecanismos y de la epistemología agrarios, y van pasando a vivir su
espiritualidad «pos-religionalmente».

Para verificar consecuentemente esta hipótesis:
• Habrá que profundizar en el concepto técnico de «religiones» agrario-neolíticas, no limitándonos a la referencia a su origen tras la Revolución Agraria, sino adentrándonos en su estructura epistemológica y sus características esenciales, permanentes durante este tiempo de la edad agraria. 

• Habrá que mostrar más fundamentadamente la afirmación de que estamos ante «el fin de la edad neolítica», detallando concretamente en qué elementos antropológicos sustanciamos esta afirmación, y cuáles son los rasgos de la nueva sociedad que resultan incompatibles con sus religiones.

• Y habrá que elaborar un proyecto de acompañamiento a la sociedad en esta época que se avecina de tránsito desde la sociedad agraria a la nueva sociedad.

Concluyendo, llamamos paradigma pos-religional a esa forma de vivir la dimensión profunda del ser humano que se libera y supera los mecanismos propios de las religiones agrario-neolíticas, a saber:
  • su «epistemología mítica»,
  • su monopolio de la espiritualidad,
  • su exigencia de sumisión, de aceptación ciega de unas creencias como reveladas por Dios,
  • su ejercicio del poder político e ideológico sobre la sociedad, ya sea en regímenes de cristiandad, cesaropapistas, islámicos, de unión de Iglesia-Estado, de imposición de las leyes eclesiásticas sobre la sociedad civil...
  • su imposición de una moral heterónoma, venida de lo alto, con una interpretación de la ley natural desde una filosofía oficialmente impuesta, con una moral no sometida a un examen comunitario y democrático,
  • su control del pensamiento humano, con los dogmas, la persecución de la libertad pensamiento, la Inquisición, la condena y ejecución de “herejes”, la pretensión de infalibilidad, de inspiración divina, de detentar la interpretación autorizada de la voluntad de Dios...
  • su proclamación como «Santas Escrituras» reveladas (en el caso de las «religiones del libro») de las tradiciones ancestrales acumuladas, exaltadas como Palabra directa de Dios, como normativa suprema e indiscutible para la sociedad y para las personas...
  • su interpretación premoderna de la realidad como un mundo en dos pisos, con un mundo divino sobrenatural encima de nosotros, del que dependemos y hacia el que vamos...
  • su interpretación de la vida y de la muerte en términos de prueba, juicio y premio/castigo de manos de un Juez Universal que es el Señor supremo de cada religión...
Con el fin de la era agraria, todas estas estructuras cognoscitivas, axiológicas y epistemológicas milenarias, están dejando de ser viables, a medida que adviene la nueva sociedad. Fueron un gran invento humano.


Gracias a esas andaderas, las bandas nómadas de cazadores y recolectores lograron reinventar su humanidad haciéndola capaz de convivir en la ciudad, regulada por el derecho, unida por una conciencia religiosa de pertenencia a una colectividad con una identidad atribuida a los dioses... 

La crisis actual no se debe principalmente a procesos de secularización, o a pérdida de valores, o a la difusión del materialismo o del hedonismo (interpretación culpabilizante normalmente esgrimida por la oficialidad de las religiones), ni tampoco a la falta de testimonio o a los escándalos morales de las religiones, sino a la eclosión de una nueva situación
cultural, que culmina la transformación radical de las estructuras cognoscitivas, axiológicas y epistemológicas neolíticas, transformación que comenzó con la revolución científica del siglo XVI, la Ilustración del XVIII y las varias olas de industrialización. Los síntomas sociales son un
cierto agnosticismo difuso, la pérdida de la ingenuidad epistemológica, un sentido crítico más acentuado, una conceptuación más utilitarista de las religiones como al servicio del ser humano en vez de como receptoras de una lealtad total por parte de sus adeptos, la desaparición de la idea de «la única religión verdadera» y el desvanecimiento de la plausibilidad de una moral revelada heterónoma; pero el cambio estructural gravita
sobre la citada transformación epistemológico-cultural.
No estamos pues ante un fenómeno realmente nuevo, sino sólo ante su radicalización Y no estamos ante una interpretación radicalmente nueva (este paradigma pos-religional), sino ante la toma de conciencia de que el eje de acumulación del cambio es sobre todo epistemológico, y que ello lo transforma radicalmente todo.

Dos cautelas:
A) Como ya señalamos al principio, no estamos queriendo decir que sólo esto es lo que acontece en el campo religioso, como si todo el escenario estuviera actualmente ocupado por esta transformación del paradigma de las religiones agrarias en un paradigma pos-religional. En el campo religioso tienen lugar muchos otros fenómenos, simultáneamente, incluso caóticamente, ya que son en algunos aspectos, contradictorios. Junto a esta crisis de la religión, decimos que se dan efervescencias religiosas y revivals, retrocesos y fundamentalismos. En esta propuesta teológica nosotros hemos centrado nuestro foco selectivamente en un aspecto concreto de la transformación en curso, que no niega todo el resto de elementos presentes. Ocurren otras cosas en el campo religioso, pero también ocurre ésta, y esta propuesta teológica quiere llamar la atención sobre ella, a pesar de su carácter difícilmente perceptible y todavía minoritario que reviste en muchas regiones.

B) Lo que venimos diciendo tampoco se puede aplicar, indiscriminadamente, a TODAS las religiones. Porque no todas las religiones son «agrarias». Hay una buena cantidad de religiones, todo un género de las mismas, que no han pasado por la revolución agraria y urbana. Conservan en su seno una matriz de experiencia religiosa propia de los tiempos anteriores a la transformación neolítica (a la separación frente a la placenta de la sacralidad de la naturaleza, a la asunción de la transcendencia divina dualista y acósmica, etc.), y no cayeron en la deriva controladora y programadora de la sociedad mediante la sumisión a
doctrinas, dogmas, inquisiciones... Aquí podemos ubicar la gran familia de religiones cósmicas, indígenas, animistas... así como otras que, aun perteneciendo históricamente al período neolítico y siendo religiones de sociedades netamente agrarias (agrícolas o ganaderas), se mantuvieron al margen del ese control dogmático-doctrinal, como por ejemplo el hinduismo, una «religión sin verdades». Quiere esto decir que tampoco este paradigma se aplica a todas las religiones. La realidad es pues, más compleja que nuestros intentos simplificadores de comprensión, lo cual nos urge a una mayor precisión, a una más serena humildad y a un mayor interés por el estudio de campo, la investigación y el diálogo.

DE CARA AL INMEDIATO TRÁNSITO

Ésta que estamos haciendo es una propuesta teológica, una profundización teórica para mejor poder transformar la realidad que interpreta (interpretar como forma de transformar). Pero es obvio que tiene repercusiones pastorales, y muy grandes. Porque de lo que estamos hablando es de un tsunami cultural y religioso, de una metamorfosis que tal vez nos hará difícil reconocernos a nosotros mismos en un próximo futuro. Y esta puede ser una situación muy difícil de atravesar para la humanidad; los antropólogos dicen que el tránsito de la sociedad paleolítica a la neolítica, con la revolución agraria, fue la situación más difícil que ha
experimentado nuestra especie; tal vez estamos en un momento evolutivo semejante. Se hace necesario plantear cómo acompañar este «transito» que va a realizar o ya está iniciándose en la sociedad, desde las religiones «agrarias», a un nuevo tipo de sociedad cuya realización espiritual va a darse más bien por vías y según modelos que continuarán siendo religiosos pero «pos-religionales», sin que hoy por hoy sepamos concretamente cómo serán esas vías y esos modelos, pues... habremos de inventarlos. Las religiones se van a ver abocadas –ya lo están siendo en muchos lugares- a situaciones de declive, de pérdida de miembros y pérdida de credibilidad y plausibilidad, por una parte, y por otra van a experimentar la contradicción con sus propios mecanismos agrarios. Ya muchas personas perciben que necesitan transformar su religiosidad, radicalmente, pero sienten punzantemente la contradicción con la doctrina oficial, considerada infalible e inmutable, que les prohibe todo cambio o abdicación
de los principios ancestrales. En algunas sociedades se cuentan ya por decenas de millones las personas que abandonan calladamente las religiones para seguir siendo religiosos pos-religionalmente. Es posible que algunas jerarquías religiosas, prendidas en el espejismo de una lealtad sagrada, prefieran numantinamente hundir a sus propias instituciones
religiosas al bloquear su evolución, haciéndolo, con la mejor intención, a la mayor gloria de Dios. Pero es también posible que muchos grupos humanos sean capaces de transformarse. Es bien posible, y lo creemos además deseable, que las religiones  agrarias evolucionen hacia unas nuevas formas religiosas (pos-religionales) consistentes con esta nueva
sociedad del conocimiento. Se darán cuenta de que igual que la ciencia contradijo con razón el geocentrismo que ellas consideraban incluso revelado, hoy la ciencia nos descubre que el religiocentrismo ha sido un espejismo religional, y que igual que entonces fue posible abandonar la vieja cosmovisión y continuar con la vivencia espiritual, así hoy será posible
–y necesario- liberarnos de las ataduras de lo religional, para encontrar la realización espiritual en un nuevo escalón evolutivo.

Todo parece indicar que el Titanic de las  religiones agrarias no va a llegar a flotar en las latitudes del océano de la sociedad del conocimiento. Todo parece indicar que no va a durar tanto, y se va a hundir. Se pasó su kairós, aunque le queda un poco de cronos. Pero no es el fin del mundo. Es sólo el fin de un mundo, el fin del mundo agrario-neolítico y de su epistemología, y con ello el fin de las configuraciones religionales de la espiritualidad, las que hemos llamado «religiones agrario neolíticas». La vida y su dimensión profunda continúan. Y es deber nuestro comprender lo que está sucediendo, para no encontrarnos luchando contra la Realidad, sino para ayudar a este nuevo parto evolutivo de nuestra especie, para volver a reinventarnos como hicimos al comienzo del neolítico. Es deber nuestro también ser prudentes, no empujar a nadie más allá de sus necesidades ni de sus posibilidades, advertir claramente que la situación es difícil, es un nuevo nacimiento, una metamorfosis, un «cambio
de especie», o un cambio de sistema operativo, y que es un momento de riesgos importantes, tanto en el plano social cuanto individual. Es deber de la teología avizorar lo nuevo, no sólo en el aspecto deconstructivo, sino en el constructivo: no sólo lo que ya no podemos creer, sino cómo podemos pues desarrollar en plenitud nuestra dimensión transcendente o espiritual, la cualidad humana profunda que las religiones religionales, después de todo, con más o menos limitaciones, querían apoyar. Muchas cosas están muriendo, es inevitable que mueran, y no acaban de morir, tratamos de ayudarles a bien morir (el ars moriendi de morir dando vida
para otros, dando a luz). Mientras tanto, es todo un mundo nuevo el que trata de nacer, y no acaba de nacer, y queremos ayudarle a nacer.

Las religiones van a verse en la necesidad de reinterpretar y reconvertir todo su patrimonio simbólico, que fue creado bajo los condicionamientos epistemológicos del tiempo agrario. Se trataría de una reelaboración, una «re-recepción» (Congar) de todo su patrimonio, elaborado inicialmente hace milenios, y mantenido históricamente bajo una ignorancia y una incultura de las que hace muy poco que acabamos de salir, gracias al portentoso despliegue de las ciencias. Las religiones habrán de buscar cómo re-comprender, y qué queda –si queda algo- de muchas de las creencias, dogmas, moral heterónoma, ritos agrarios... dentro de esta nueva situación del conocimiento y de los nuevos marcos de interpretación.

Muchos seres humanos, al verse incapacitados de seguir apoyándose en las religiones para sobrevivir espiritualmente, van a experimentar serias dificultades en la integridad espiritual de sus vidas. Como cuando el avión despega y abandona el sistema de apoyo de sus ruedas sobre el suelo, teniendo que pasar a apoyarse en un nuevo sistema de sustentación, totalmente distinto, el de sus alas, la mayor parte de la humanidad va a tener que pasar por momentos de difícil equilibrio en el tránsito de uno a otro sistema axiológico, tan diferentes, y hasta cierto punto, incompatibles, y sin cambio automático.

Lo que viene es un tsunami. Los riesgos son graves, en todos los órdenes. Es deber de la teología responsable avizorar estos problemas y tratar de acompañar este «tránsito» inevitable en el que ya estamos. Tanto en el aspecto teórico como en el práctico, el tema merecería mucha más extensión que la de esta sencilla «propuesta teológica». Nosotros la
dejamos aquí, y la entregamos a consulta y debate, deseosos de que sea corregida y mejorada. ¿Podríamos ofrecer, a final de este año, un libro amplio, con las reflexiones, profundizaciones y debates que esta sencilla presentación del paradigma pos-religioso suscite? Quedan ustedes cordialmente invitados.

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