Si es urgente cambiar la imagen que tenemos de Dios, de un dios de afuera a un Dios de adentro, de un Dios con nosotros del Antiguo Testamento al Dios en nosotros del Nuevo, también tendremos que cambiar la imagen que tenemos de Jesús y de la Iglesia. Una gran parte de los esfuerzos teológicos de la Iglesia en defensa de la ortodoxia se ha gastado para defender la divinidad de Jesús. No la niego, pero si Dios sigue encarnado, Jesús es el prototipo de hombre y de mujer, no sólo en lo humano sino también en lo divino. Mientras la religión cristiana insista en la exclusividad del carácter divino de su fundador y absolutamente superior y distinto a los demás fundadores, y como único salvador de la humanidad, no habrá diálogo entre las religiones. El Dios que nos da a conocer Jesús es un Dios kenótico, sin alardes de Dios, oculto como lo estuvo en Jesús y también lo está, de alguna manera misteriosa, en nosotros, sustento amoroso y fundamento de nuestro ser y de todo el universo.
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