Una foto del periódico me horrorizó: un niño somalí que parecía un extraterrestre desnutrido. El cuerpo, con sus huesitos remarcados bajo la piel. La cabeza, enorme, desproporcionada con el tronco reducido, se asemejaba al globo terráqueo. La boca -¡ay la boca!-, abierta por el hambre, emitía un grito mudo, la amargura de quien no tuvo la vida como un don, sino como dolor.
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