Imagínate, por un momento, que eres un mulá iraní. Sentado con las piernas cruzadas sobre tu alfombra persa en Teherán y dando sorbitos a una taza de té, le echas un vistazo al mapa de Oriente Medio colgado en la pared. La imagen es inquietante: tu país, la República Islámica de Irán, está rodeada por todos lados de virulentos enemigos y rivales regionales, tanto nucleares como no nucleares.
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