La bondad es siempre ejemplar, admirable, modélica. Pero la bondad no llega al límite, hasta el extremo último de sus posibilidades, nada más que cuando resulta sorprendente, incomprensible, desconcertante, incluso escandalosa. Una bondad que no escandaliza es una bondad a la que seguramente le falta algo y, por tanto, no da de sí todo lo que tendría que dar.
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