Treinta y dos años después de la revolución que derrocó al pequeño gran dictador Mohammad Reza Pahlavi –el servil ejecutor de las políticas de Washington en Oriente Medio–, aún se siguen buscando respuestas que expliquen su sustitución por una teocracia oscurantista que había llegado tarde a su cita con la historia. Que el sha jugara a ser coleccionista de armas oxidadas de EEUU en la frontera de la URSS –mientras perseguía con su temible Organización de Seguridad e Inteligencia Nacional (SAVAK) a la oposición democrática y mantenía en la pobreza y el analfabetismo a la mitad de los propietarios de la segunda reserva de petróleo del mundo– creó el óptimo caldo de cultivo para gestar este tipo de bonapartismos.
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